A la luz de los últimos lamentables acontecimientos, parece apropiado imaginar la tierra bajo nuestros pies como un gigante dormido que se sacude periódicamente en respuesta a varios toques y picanas. En su mayoría, estos son movimientos suministrados por las presiones de una docena de placas tectónicas rocosas en las profundidades de nuestro mundo y especialmente presentes en nuestro país. Los cambios en el medio ambiente desempeñan un papel clave en el despertar del gigante. Es un hecho que nuestra poca imaginación y la limitada capacidad que tenemos para entender cómo los distintos componentes físicos de nuestro planeta, la atmósfera, los océanos, nuestra sólida tierra y geosfera, intervienen e interactúan.
Quizás fue una coincidencia, pero la Cancillería chilena tenía planificado hacer en nuestro país, en unos días más, una importante conferencia internacional: Nuestro Océano 2015. Uno de los temas es la acidificación del océano que ocurre como consecuencia de la absorción del carbono (CO2) atmosférico, lo que puede provocar la muerte de organismos marinos y, eventualmente, daños irremediables en nuestro ecosistema.
Este año los gobiernos del mundo elaboran planes para enfrentar el cambio climático con horizontes a 2030. Cada país, sin importar el tamaño de su economía, deberá hacer su parte para resolver un reto global. Dada la alta vulnerabilidad de Chile ante los impactos climáticos, el país se beneficiará del esfuerzo colectivo de bajar las emisiones y aumentar la resiliencia ante los impactos y catástrofes. El sector privado tiene un rol vital que aportar a través de la innovación, tecnología y eficiencia.
Este año también se firmará un nuevo acuerdo global que entraría en vigor en 2020. Ante la pregunta de qué se espera del sector privado en el ínterin, Christiana Figueres, al mando del proceso de negociación del acuerdo, sugiere que los líderes empresariales deben aportar “visión, voz y acción”. Esto requiere un giro para identificar las oportunidades de una nueva economía climática y para crear condiciones favorables en la ejecución de los planes climáticos en la práctica.
Chile está bien posicionado para definir las oportunidades de una economía climática, dado que cuenta con excelente capital humano tanto en cuanto a la gestión del cambio climático como a la gestión empresarial. Lo que se necesita es crear puentes y un debate más nivelado entre los costos y los beneficios asociados a una nueva economía climática.
Ya los economistas y expertos financieros del mundo han empezado la tarea. El Banco Mundial se ha dado a la tarea de visibilizar los costos para la economía africana o latinoamericana del cambio climático en este siglo. El Banco Interamericano de Desarrollo ya mide el costo fiscal del cambio climático en países de la región. Los investigadores del Fondo Monetario Internacional estudian los impactos de subsidiar con $5.4 trillones los combustibles fósiles. Este es el punto: no es ya un debate sobre el costo de reducción de emisiones sino de cuánto cuesta no adaptarnos a nuevas realidades climáticas.
Una comisión global liderada por el ex Presidente Calderón de México examina desde 2014 cómo generar crecimiento y a la vez gestionar el cambio climático. Para ello integra de perspectivas de ex ministros de Hacienda, ex presidentes, líderes empresariales, inversionistas, alcaldes y economistas. Chile podría hacer algo similar: diversificar para gestar un planteamiento mucho más enfocado en buscar oportunidades económicas.
Esta semana la Comisión entregó su más reciente estudio. Muestra que al invertir en el transporte limpio, en construcción más eficiente, en una mejor gestión de residuos en las ciudades, los ahorros serían de US $17.000 millones para el año 2050. Como beneficio adicional se reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero y para 2030 dicho ahorro sería equivalente a todas las emisiones anuales de la India.
Un estudio del New Climate Institute se concentra en Chile. Los beneficios económicos del plan climático para París para el año 2030, según la meta más ambiciosa presentada en el borrador, generarían ahorro de al menos US $2,9 mil millones cada año por la reducción de importaciones de combustibles fósiles. Se prevendrían 700 muertes prematuras cada año por la mejora en la calidad del aire. Se crearían 7.000 empleos por un aumento en las inversiones de energía renovable. Es un ejemplo del tipo de análisis que permitiría una arquitectura de debate en la cual los costos no opaquen la discusión sobre los beneficios de los planes climáticos a 2030.
Chile es vulnerable al cambio climático y en particular la minería, la producción de vinos, la agricultura, las ciudades. Por eso sería de gran beneficio para la economía y la sociedad chilena hacer de lo climático una prioridad tanto en la gestión pública como la privada. El sector privado chileno es exitoso y ha cosechado muchas victorias. Las empresas tienen mucho que ganar si articulan una “visión, voz y acción” que lleva oportunidades concretas de colaboración, innovación e inversión. Chile es una país referente en la región y lo que haga tendrá el beneficio adicional de inspirar un efecto multiplicador mas allá de sus fronteras.
Mónica Araya es economista y dirige Nivela, un think thank sobre desarrollo y clima. Dieter Linneberg es economista y es el Director Ejecutivo del Centro de Líderes Empresariales contra el Cambio Climático de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y de la Camara Chileno Británico de Comercio. Además es director de SQM y del Centro de Gobiernos Corporativos de la FEN.
Fuente: El Mostrador