La semana pasada, el académico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile y miembro de CITRID, Enrique Aliste, fue uno de los presentadores del libro «Temblores de Tierra en el Jardín del Edén. Desastre, Memoria e Identidad. Chile Siglos XVI – XVIII«, del historiador Mauricio Onetto, cuyo lanzamiento tuvo lugar en el Archivo Nacional.
Rescatamos algunos párrafos de la intervención del profesor Aliste, que dan cuenta de la naturaleza sísmica del territorio nacional:
«En la medida en que se avanza en la fascinante lectura de la obra de Onetto, resulta imposible no recordar el maravilloso e ineludible trabajo de Armando Roa y el gran Jorge Tellier titulado “La invención de Chile”, en donde en una magnífica colección de pasajes, textos, poemas y relatos de escritores de fama universal y que jamás pisaron esta tierra, dan cuenta de ella con prolijos detalles y en donde, probablemente, lo más frecuente es la tragedia, la dificultad, la catástrofe, el rigor, lo que da cuenta de ese Chile imaginado a través de los textos y crónicas tantas veces transmitidos».
«El texto de Onetto es una provocación fascinante a cuestionarse las categorías de observación construidas a lo largo de nuestra historia moderna. ¿De qué manera se han construido estos relatos que finalmente, son los que transmiten culturalmente esta experiencia? Destacar y reconocer la articulación entre memoria, historia y olvido es un acierto que merece ser destacado, pues abre la puerta a entender claves en el modo de trabajar hoy el tema de la catástrofe en nuestro país. Y en esto, recordar algunos pasajes de la crónica de Darwin indudablemente llevan a darle mayor relevancia a las líneas que ha elaborado Onetto sobre los alcances de esta condición telúrica en nuestra tierra».
«Después de vivir el terremoto de 1835 en el sur del país, Darwin escribía: Las ciudades de Concepción y Talcahuano presentan el más terrible espectáculo, pero al mismo tiempo el más interesante que jamás me haya sido dado contemplar (…) las ruinas estaban tan completamente entremezcladas que no podía creerse que aquellos amontonamientos de restos habían servido de moradas (…). En suma no hubo sino un centenar de víctimas, gracias a la invariable costumbre que se tiene de lanzarse fuera de las casas así que se nota que el suelo tiembla. En Concepción, cada fila de casas, cada mansión aislada, formaba un montón de ruinas bien distinto; en Talcahuano, al contrario, la ola que había seguido al terremoto y que inundó la ciudad no había dejado al retirarse sino un confuso montón de ladrillos, tejas y vigas, y aquí y allá alguna pared aun en pie (…). Después de haber visto Concepción, confieso me es difícil comprender cómo pudo escapar de la catástrofe el mayor número de sus habitantes (…)»
«A propósito de catástrofes, apenas unas palabras referidas a la obra de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015, que en su libro Voces de Chernóbil señala: Es tan fácil deslizarse a la banalidad. A la banalidad del horror… Pero yo miro a Chernóbil como al inicio de una nueva historia; Chernóbil no solo significa conocimiento, sino también preconocimiento, porque el hombre se ha puesto en cuestión con su anterior concepción de sí mismo y del mundo. Cuando hablamos del pasado o del futuro, introducimos en estas palabras nuestra concepción del tiempo, pero Chernóbil es ante todo una catástrofe del tiempo. Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de la vida humana, son eternos. Entonces, ¿qué somos capaces de entender? ¿Está dentro de nuestras capacidades alcanzar y reconocer un sentido en este horror del que seguimos ignorándolo casi todo?”
«¿Cómo debemos reflexionar y asimilar el paso del tiempo cuando hablamos y queremos entender socialmente, colectivamente, desde nuestra idea de memoria colectiva, lo que conlleva la idea de catástrofe telúrica en nuestra tierra? La invitación está efectuada».