Por Sergio Sepúlveda.
Los daños generados en Ciudad de México por el terremoto magnitud 7.1 el pasado martes 19, dan cuenta del gran impacto que tiene la naturaleza geológica de los sismos y de los suelos de fundación sobre las estructuras de ingeniería. El terremoto se ubicó con epicentro en el interior del país, a 120 km de la capital y a una profundidad de 57 km, de acuerdo al Servicio Sismológico Nacional mexicano (SSN). El sismo no fue de interplaca, es decir en el contacto de la placa oceánica con la placa continental (placas de Cocos y Norteamericana, respectivamente, equivalentes a las de Nazca y Sudamericana en el caso chileno), sino que al interior de la placa de Cocos, que pasa por debajo de la placa continental.
Estos sismos, conocidos como de intraplaca de profundidad intermedia, también ocurren en Chile. Si bien menos frecuentes y de menores magnitudes que los de tipo interplaca, sí han demostrado tener un alto potencial destructivo, como fue el caso del terremoto de Chillán de 1939, el con mayor número de víctimas fatales en nuestra larga historia sísmica. En el caso de Ciudad de México, los efectos de este tipo de terremoto con características que difieren de las de los grandes sismos interplaca o de los muy superficiales, se superpusieron al efecto del tipo de suelo donde se emplaza buena parte de la ciudad.
Este fenómeno es conocido en ingeniería como efecto de sitio, y es característico de suelos más blandos que los suelos o rocas subyacentes, generando un atrapamiento de las ondas sísmicas y como resultado una amplificación del movimiento en la superficie. El efecto de sitio se puede dar en distinta medida en diferentes suelos, siendo de los tipos más desfavorables los de Ciudad de México, suelos arcillosos y limosos con alto contenido de agua, depositados en las antiguas lagunas existentes en la zona.
En informes preliminares del SSN se observa que la distribución geográfica de altas aceleraciones coincide de manera casi perfecta con estos suelos lacustres delimitados en los mapas geológicos, disminuyendo drásticamente el movimiento al salir de estos depósitos. Esta combinación de factores explica, en conjunto con posibles faltas en la aplicación de la normativa antisísmica de construcción o la antigüedad de algunos edificios, el alto número de colapsos.
En el caso de Chile, si bien la mayoría de las ciudades se fundan sobre suelos más gruesos o en roca, hay sectores propensos a sufrir efectos de sitio, ya sea por presencia de suelos arcillosos, rellenos como también de algunos suelos volcánicos, que mostraron una mayor concentración de daños en 2010 en sectores de Santiago y Talca. Por ello, es esencial elaborar mapas geológicos de detalle y estudios de microzonificación sísmica en zonas urbanas, que permiten diferenciar los efectos potenciales de grandes terremotos dentro de las ciudades. Además, las normas sísmicas deben adecuarse a los sismos intraplaca, tanto superficiales como de profundidad intermedia, tarea aún pendiente en nuestro país.
Publicado en El Mostrador.