En el marco del centenario del terremoto y posterior tsunami que afectó el 10 de noviembre de 1922 a las regiones de Atacama y Coquimbo, los profesores de la Universidad de Chile Gabriel Easton y Diego Salazar recuerdan el escenario multiamenaza que enfrenta nuestro país y la ocurrencia de eventos catastróficos de gran magnitud. En esta columna de opinión publicada en La Tercera, ambos académicos enfatizan la necesidad de trabajar en decisiones de política pública basadas en el conocimiento científico y tradicional de las comunidades que habitan y han habitado nuestras costas.
El 10 de noviembre de 1922, cerca de las 23:50 hrs, un fuerte terremoto de magnitud 8.5-8.6, seguido de un devastador tsunami que alcanzó olas de varios metros (2-9 m) en Chañaral, Caldera y Huasco, afectaron las costas de las regiones de Atacama y también Coquimbo, resultando en unas 800 personas fallecidas, junto con cuantiosos daños materiales.
Mucho se ha avanzado en la preparación ante la potencial ocurrencia de tsunamis en nuestras costas. Por ejemplo, con las cartas de inundación del SHOA, que en el caso del norte de Chile se basan, fundamentalmente, en los efectos de los tsunamis históricos de 1922, 1877 o 1868. Estos fueron generados por terremotos de magnitudes 8.5-8.8, nucleados a lo largo del contacto de las placas tectónicas de Nazca bajo la Sudamericana del norte de Chile y sur de Perú.
Sin embargo, nuestra historia es corta y nuestra memoria demasiado frágil.
Investigaciones paleosismológicas y de paleotsunamis evidencian eventos prehistóricos de dimensiones mayores que aquellos históricos. Ejemplo de esto es el terremoto de magnitud 9.5, acompañado de un gran tsunami que impactó las costas del norte de Chile hace unos 3.800 años atrás, con olas que inundaron sistemáticamente hasta unos 20 metros y, eventualmente, hasta 30-40 metros sobre el nivel del mar. Este evento, cuya ruptura sísmica habría abarcado del orden de 1.000 km a lo largo del norte de Chile (entre Arica y Huasco), fue tan importante y excepcional que produjo cambios radicales en el modo de ocupar el territorio por parte de sus antiguos habitantes.
Después del evento, los antecesores de los changos abandonaron la mayor parte de sus asentamientos previos, posiblemente se establecieron en otras regiones y, por mucho tiempo, situaron a sus lugares sagrados (cementerios) y asentamientos a mayor altitud y más lejos de la línea de costa. Por cierto, el cómo las comunidades prehistóricas traspasaron la memoria de un evento como este de generación en generación, es aún un misterio y un potente desafío para la ciencia arqueológica.
La probabilidad de mega-terremotos y tsunamis como el de 3800 años atrás en el norte de nuestro país tiende a ser baja, pero no por ello dejan de ocurrir y debiesen ser considerados como escenarios plausibles en las cartas de inundación, así como en la planificación ante situaciones de emergencia en general en el borde costero. Lo anterior, aún más considerando que ya son miles de años los transcurridos desde este último gran episodio.
Más ampliamente, es de esperar que en el escenario multi-amenaza de nuestro país, Chile pueda enfrentar la posibilidad de grandes tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas, remociones en masa, junto con los desafíos de los efectos del Cambio Climático, tales como tormentas, cambios oceanográficos y el incremento del nivel del mar, con decisiones de política pública basadas en el conocimiento científico y tradicional de las comunidades que habitan y han habitado nuestras vastas costas, en beneficio de la naturaleza, de las personas y del bien común.
Publicado originalmente en Noticias Uchile